Hay preguntas que han inquietado a la humanidad desde sus mismos albores. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Quiénes somos y a dónde vamos? Pero, de entre todas ellas, la que más nos quita el sueño es, ¿cómo es que Batman ya ni siquiera baila? ¿recordáis el batusi?
El Batman de Adam West no es el más apreciado por los fans del personaje e incluso algunos dirán que su mera existencia dificultó que el medio audiovisual se tomara en serio las adaptaciones de los personajes superheróicos posteriores, pero la realidad es que no es sino un producto más de su época y contribuyó a popularizar el personaje. Y lo hizo a tal punto que a pesar del paso de los años, sigue todavía bien presente en la memoria colectiva, así como en la de muchas personas que jamás lo vieron o, en todo caso, no de primera mano.
Las continuas referencias en diversas obras paródicas han contribuido, por supuesto, a retener a esta versión del cruzado de la capa en nuestras memorias pero, en todo caso, siempre se le ve como un producto del pasado, un curioso incidente ya superado, ahora que ya hemos llevado “al verdadero Batman” al cine.
Y es que todo cambió hace ya mucho y la culpa es, en buena parte, de una película titulada simplemente como “Batman”, dirigida por Tim Burton y protagonizada por Michael Keaton. Como es de esperar, fue un intento de llevar una versión más seria y oscura del personaje a la gran pantalla, una manera de romper con la comicidad que había asentado la versión de West décadas antes y lograr una iteración más en la línea de lo que eran los cómics del personaje por aquel entonces.
Con un director con un estilo tan marcado como lo es Burton y con un Joker interpretado por Jack Nicholson, no es de extrañar que el resultado fuera el buscado y la película lograra alcanzar el éxito. Por ello, a esta siguieron varias secuelas, la primera también de Burton, «Batman Returns«, logró buenos resultados en taquilla pero a la vez recibió críticas por ser más oscura, violenta y con mayor sexualización (o fetichización) de sus personajes que la anterior, cosa que debió preocupar a la productora, imagino que por querer que el personaje fuera capaz de atraer a la familia al completo a ver sus películas, condicionando esto la producción de la tercera y cuarta partes, dirigidas esta vez por Joel Schumacher.
Dichas secuelas, pese a continuar, en teoría, las anteriores, presentaban un tono radicalmente distinto, siendo mucho más coloridas y mamarrachas. Si hubieran sido estrenadas a día de hoy hubieran sido una fábrica de memes, no me cabe duda.
Sobra decir que, pese a ser interpretadas siempre por rostros conocidos (Keaton abandonó al personaje al mismo tiempo que Burton el rol de director) y atraer a una nutrida cantidad de espectadores, los resultados no fueron los esperados. «Batman Forever» recaudó incluso más que su predecesora, pero la crítica se ensañó con ella. «Batman y Robin«, en cambio, no logró los resultados deseados en taquilla y la crítica fue todavía peor. Con razón, pues aquello era indefendible. De hecho, aunque el final de esta cuarta parte no escondía las intenciones del estudio de seguir produciendo más películas, estas nunca llegaron a realizarse.
Y después, el largo silencio. Batman quedó desterrado del cine y relegado al medio que lo vio nacer, así como a las habituales adaptaciones animadas, algunas de ellas, por cierto, muy interesantes. Para entendernos, recuerdo haber ido a ver Batman y Robin cuando no era más que un niño (y aun así, por cierto, quedar desconcertado con lo que estaba viendo) y luego ya no ver otra película del personaje hasta la saga de Nolan, que es a dónde quería yo llegar.
Veréis. Las pelis de Burton, aunque con ese estilo plagado de elementos más propios de las viñetas que del cine, no dejaban de ser películas oscuras, que mostraban un Bruce Wayne torturado por su pasado y por el objetivo que se había marcado a sí mismo a causa de sus traumas. Al llegar las de Schumacher, la interpretación del hombre murciélago cambia radicalmente (de nuevo) y se transforma en poco más que un señor con un traje gracioso, rodeado de neón y con una ingente cantidad de cachivaches vendibles en forma de merchandising.
Lo primero funcionó en taquilla, lo segundo no. Y Warner quiso, al principio del nuevo milenio, aprovechar el filón que había resultado ser aquel resurgimiento que vivió el cine de superhéroes. Así las cosas, sacó a Batman del baúl de los trastos, lo desempolvó y pensó que la apuesta más segura era volver a tornarlo en un personaje serio, traumático y que se desenvolviera en un ambiente opresivo y asfixiante.
Y oye, funcionó. Las tres películas del personaje dirigidas por Nolan fueron, con sus más y sus menos, aceptadas por crítica y público, consolidando aquella visión seria y oscura del personaje, que pasaría ya a ser la canónica en la mente de todos. Y por eso es que Batman ya no baila el batusi.
¿Lo malo? Además de que ya no baile, quiero decir. Pues que Warner no pareció entender porqué funcionaba tan bien aquella visión del personaje y lo tomó como un molde no solo para las siguientes películas del mismo, sino también para el universo fílmico que quiso montar con la licencia de DC cómics. Batman ya no bailaría, Superman no sonreiría y el resto de personajes de la liga de la justicia se convirtieron en un atajo de señores (y señora) serios y, si me preguntáis a mí, sin interés ninguno.
Con lo de Superman ya insistiré otro día, pues tengo fuertes e intensas opiniones al respecto, pero de momento quedémonos con que este proyecto de universo cinemático no cuajó, si bien Warner no desistió en seguir lanzando películas con estos personajes y así llegaríamos más recientemente a «Joker» (de esta ni pienso hablar) y a «The Batman«.
He oído comentar a mucha gente que esta película es la mejor adaptación del personaje hasta la fecha, afirmación que me parece extraña si se tiene en cuenta que incluso en su medio original el carácter e historia del personaje ha cambiado ya varias veces, algo natural en el mundo del cómic, con sagas tan longevas y cambios asiduos de guionistas.
La película, la verdad sea dicha, me pareció más que correcta. Dura unas exageradas tres horas y aun así no me aburrí. No me dio la impresión de que sobrara metraje, aunque sí se podría haber abreviado el mismo sin problema, pero mi crítica no es esa. Lo que me pregunto es… ¿no es la gracia de estos personajes el poder narrar sus historias de mil y una formas distintas y que aún así los podamos reconocer al compartir unos elementos comunes? ¿No es precisamente lo que han venido cultivando las editoriales desde hace décadas, logrando que podamos ver, por ejemplo, Spiderman no way home o Spiderverse y que nos parezca normal ver tanto hombre araña a la vez en pantalla? ¿Y que ninguno de ellos nos parezca “el de verdad” por encima de otros, sino que todos ellos nos puedan dar la impresión de ser igualmente canónicos, por así decirlo? ¿O que hayáis visto hace un momento un dinosaurio vestido de murciélago y hayáis podido reconocer al personaje igualmente?
No estoy diciendo que sea necesario hacer justo lo mismo con Batman, que quiera que vuelva a bailar el batusi, que la pantalla se llene con un POW o un KAPUUM cada vez que suelte un golpe o que a Warner le de por producir una película de dinosaurios con antifaz (aunque estaría bien), pero tampoco entiendo la necesidad de seguir produciendo historias que, a pesar de reiniciar la historia, siguen presentando una versión muy similar de la misma y del personaje que la protagoniza. Ya no leo tanto cómic como antes, mucho menos de este género, pero de cuando en cuando aún cae entre mis manos alguno y aunque muchas veces se tiende a hacer lo mismo una y otra vez, es un medio que se atreve continuamente a reinventarse, tanto para sobrevivir como para contarnos otras historias. Traer nuevos enfoques y perspectivas.
Al igual que con Batman, a menudo tengo la misma sensación con otros tantos personajes de igual fama. Hay mil y una versiones de ellos, pero siempre son reconocibles por unos pocos elementos ineludibles. Y es curioso cómo, cada vez con más de ellos, veo como se restringe esta naturaleza mutante que poseen, para encauzarlos dentro de unos moldes que hayan demostrado ser mercantilmente eficientes. De nuevo, la imaginación parece caer aplastada bajo el peso del dinero. Claro está, no sé cómo iba a poder ser distinto, siendo como es Bruce Wayne el sueño de todo capitalista liberal aspirante a multimillonario. Esa sensación que os cuento la tengo también, por ejemplo, de Superman, Link o Robin Hood. Si os parece bien, de ellos hablamos otro día.
Esta entrada ha sido inspirada por el Sr. Pachinko y su siempre paciente guía en esto del mundo del cómic.
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