La bestia

Nada mejor para empezar el año que un pequeño relato, ¿verdad? Lo podréis descargar en vuestro formato preferido o bien leerlo directamente aquí mismo (en cursiva tras la imagen). Espero que lo disfrutéis. ¡Feliz año!

Descarga en formato epub aquí.

Descarga en formato pdf aquí.


La bestia

Seguro que crees que la mayor parte de las historias tienen por protagonistas a seres humanos. Esa es, de hecho, una forma de ver las cosas muy humana y, por ende, errónea. La realidad es que todas las criaturas se cuentan historias unas a otras y es por ello que las hay protagonizadas por toda clase de seres. Las águilas llevan generaciones transmitiéndose cuentos sobre cómo obtuvieron sus alas, mientras que en cada bosque las diversas criaturas se reúnen una vez al año, alrededor del árbol más anciano del lugar, para escuchar cómo era el mundo cuando este era joven. Y esto, por cierto, no ocurre solo en nuestro mundo, pues en todos y cada uno se dan escenas similares. Allí donde hay una vida, hay una historia, al menos, esperando a ser contada.

Esta, por ejemplo, tiene por protagonista a un organismo de lo más extraño. Para empezar, su piel traslúcida resulta de lo más alienígena, sobre todo si se la observa de cerca, pues entonces se pueden incluso intuir los órganos dentro de su cuerpo. Esta curiosa bestia se desplaza lentamente, oteando al horizonte en busca de su objetivo, ayudada por unos ojos que se extienden muy por encima de su cabeza, conectados a esta mediante sendas extensiones que se asemejan a cuernos, pero que son también de carne.

A ti seguro que te resulta imposible leer la expresión de este ser, pero yo que llevo tiempo observándolo te puedo decir que está asustado. O al menos todo lo asustado que puede estarlo una criatura de su especie. Durante días el calor ha sido inclemente y la vegetación de la que se alimenta se ha ido secando, por lo que ha tomado la difícil decisión de intentar cruzar el Valle de Roca. En realidad no es de roca, pero recibe ese nombre, puesto que al pueblo de la bestia es lo que siempre le ha parecido. No obstante, los más ancianos siempre han explicado que la planicie no es sino la obra de las míticas criaturas llamadas Colosos: unos gigantes que son temidos como dioses crueles de los que es mejor no llamar su atención y que cambiaron de un día para otro la geografía de aquellas tierras. Sus intenciones les son desconocidas, pero afectaron notoriamente el territorio que habitan las bestias. Nuestro protagonista no tiene claro si son reales o no, ya que no hay nadie que los haya visto y haya sobrevivido, ¡qué casualidad!

—No vayas —le han advertido antes de marchar—. Morirás en vano, bien sea por el calor que emana del Valle, bien cuando empiece a llover.

Sabe que es muy posible que tengan razón, ya que la época de lluvias debería haber empezado ya hace varias lunas. Y si se está retrasando tanto, es que cuando llegue lo hará con más fuerza.

La lluvia es, para estos seres, al mismo tiempo una bendición y una maldición. Una fuerza de la naturaleza ante la cual están a su merced, pues la necesitan para vivir, pero al mismo tiempo se puede tornar rápidamente en una tempestad de la que no sean capaces de protegerse. Y por si te lo preguntas, no hay mucho que puedan hacer al respecto, excepto prever cuándo va a llegar la gran lluvia, así como cuándo lo hará el cruel calor, y buscar refugio.

Más allá de eso, son nómadas y se desplazan con pesadez sobre un viscoso vientre, el cual lo recubre todo de una sustancia viscosa que les ayuda a reducir la fricción de todo lo que pisan, así como a trepar, pudiendo incluso desplazarse por superficies por completo verticales. El problema es que tal capacidad implica una constante pérdida de líquido que en épocas secas lleva a las bestias al límite, razón por la que la que ahora observamos no ha sido la primera en intentar cruzar el Valle. Y es que saben que al otro lado aún queda verdor, alimento suficiente como para comer durante lo que queda de año si fuera necesario. Un paraíso en el que vivir, realizar los ancestrales ritos de duelo con proyectiles orgánicos y eventualmente reproducirse.

Sin embargo, la primera gota cae y, asustado, retrotrae de la impresión uno de sus ojos, que se encoge hacia el cuerpo principal. Si hiciera falta, y quizás lo haga en breve, podría encogerse todo él e introducirse dentro de la única parte dura que conforma su organismo, un duro caparazón que lo protegerá de los feroces impactos de la lluvia, pero no así de la corriente que esta pueda generar.

Ahora ve que tenían razón. Ha cometido un fatal error, pues la humedad que se está acumulando en el ambiente y que percibe con unos sentidos que tú y yo solo podemos soñar con tener, le indica que negras nubes se están acumulando en el cielo. Van a descargar de golpe todo su contenido y lo harán antes de que pueda llegar al otro lado del Valle. Y por la forma en pendiente de este, la riada se lo llevará, alejándolo de su objetivo y muriendo entonces por inanición. O por los golpes sufridos al ser arrastrado. O ahogado, quizás. O incluso devorado por las violentas criaturas artrópodas que viven más abajo en el valle y que se deleitarán con su carne si lo encuentran vivo o muerto tras terminar la lluvia. O, peor todavía, si las leyendas son ciertas, terminará en una ruta de paso de los Colosos, donde estos lo masacrarán sin piedad.

Así las cosas, acelera el paso como puede, con el desespero propio de quien se sabe muerto, pero todavía se niega a aceptarlo. Su único pulmón lucha por proporcionarle la energía suficiente como para lograrlo, pero la triste realidad es que ha tardado horas en cruzar la primera mitad del trayecto, siendo en subida todo lo que queda de este. Por tanto, está por completo a expensas de lo que la naturaleza disponga. Si llueve, todo apunta a que morirá de un modo u otro, sin refugio alguno en aquel páramo que tan antinatural parece.

A estas alturas quizás te preguntas cómo de inteligente es esta bestia, pues sus decisiones no parecen las más acertadas. Lo cierto es que ni ella ni ningún otro individuo de su especie puede ser categorizado como inteligente en el sentido habitual de la palabra. No es para menos, puesto que no tienen cerebro como tal, solamente ganglios que concentran células nerviosas en diversos lugares de su cuerpo con distintos fines. Sin embargo, decir que la bestia es estúpida revelaría nuestra propia estupidez, pues dispone de otras capacidades que le hacen conocer su entorno mejor de lo que tú o yo conocemos el nuestro. Es por eso que sabe perfectamente que no tiene tiempo de llegar hasta la zona segura, más allá del Valle de Roca, pero aun así no se rinde. Hemos quedado en que no es estupidez lo que la mueve, así que quizás sea instinto. O pura voluntad en bruto. Sea como sea, el caso es que no se da por vencida, no detiene su avance, ni siquiera cuando la lluvia empieza a caer con toda su brutal fuerza, con gotas que casi igualan su tamaño.

No obstante, el agua no arrecia y una creciente corriente empieza a formarse bajo suya, limitando su adherencia a la roca e impidiéndole desplazarse en la dirección deseada. Finalmente, se empieza a desprender y se descubre asumiendo que esté será su fin, de una manera u otra. El cielo se torna negro, lo que podría ser indicativo de que esta será una tormenta como esas tierras no han visto desde hace años. Pero si bien dicha previsión es cierta, la sombra es producida en realidad por una de esas criaturas de las leyendas: un coloso.

Este, por puro azar, ha visto como la bestia sufre, intentando atravesar aquel segmento de hormigón, habiendo quedado atrapada entre zona y zona de césped, siendo ahora arrastrada por el aguacero. Durante un momento, avanza sin más, como haría cualquiera de los de su estirpe, pues qué es ese animal tan menudo para alguien de su talla, excepto una menudencia. Y, aun así, algo en el animal le recuerda a sus propios esfuerzos por sobrevivir en un mundo que incluso a él se le antoja enorme, abrumador. Es por ello que se agacha y, con toda la delicadeza con la que es capaz, lo toma entre sus manos y lo desplaza hasta el segmento de césped a la derecha del camino, donde lo posiciona en lo alto de uno de los arbustos. Lo observa durante unos segundos, celebrando que la criatura parece haberse adherido de forma adecuada a la hoja de la planta y, acto seguido, prosigue su camino, sintiendo una inesperada alegría que le hermana con el pequeño caracol al que acaba de salvar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *